Llevo varios meses pensando sobre este texto sobre la revaloración nuestra identidad en América Latina. El tema es complicado. Intrincado. Exige precisiones. ¿Qué es la identidad, por ejemplo? O más complejo aún, ¿qué es una identidad nacional? ¿Qué se debe revalorar? ¿Cómo alejarse de discursos chovinistas o sensibileros? Sin embargo, me atreveré a lanzar esta sugerencia muy alejada de aportaciones obligadas como las de Octavio Paz o Roger Bartra.
Constantemente escucho en México. "Es que los mexicanos no sabemos decir que no". "Es que los mexicanos nunca llegamos temprano". "Es que los mexicanos somos dejados". "Es que los mexicanos somos muy serviciales". "Es que los mexicanos somos bien malinchistas". Es que, es que, es que. Solemos asumirnos desde la queja, el lamento y la autorrecriminación. Esto último es un "es que" también.
No quiero decir que cada pueblo no tenga sus traumas y orgullos. Sus peculiaridades asumidas. Ya vemos los ingleses que se jactan de su puntualidad o los alemanes de su sentido de organización. Todos los identificamos. Pero justo la tónica es desde el reconocimiento, no desde el autoescarnio. Y si adquiere un tono irónico tampoco pasa nada porque lo tienen asumido y valorado.
Ocurrió hace meses en un foro que un chico se levantó y compartió frente a decenas de personas los reclamos que su novia argentina le hace de que "los mexicanos no sabemos decir que no". Por coincidencia en esos días había leído en un blog el texto de una mujer europea que hablaba con gran cariño de las peculiaridades que hacen de los hombres mexicanos "encantadores" y citaba esa cortesía y pudor de siempre evitar a toda costa negarle algo a los demás.
Dos visiones sobre una actitud que se considera distintiva de una sociedad. Y fue entonces que consideré que los primeros que deberíamos identificar y revalorar ese y todos los rasgos de nuestra identidad somos los propios mexicanos. Los latinos, en general, porque el "es que" le he escuchado a personas de distintos países de América Latina.
Desde entonces evito frases formuladas desde "es que los mexicanos" porque creo que el primer paso para cambiar todo aquello que sea un lastre es a partir de la revaloración, del afecto. Lo que uno desprecia no lo considera de ninguna manera. Lo ignora. Pero aquello que amamos nos motiva a transformarlo. A mejorarlo. Sí, lo sé, esto es un lugar común.
Pero he pensado que la razón de que seguimos anquilosados es porque no valoramos nuestra identidad con sus claroscuros. Sin distinción todo lo metemos al saco de lo execrable. Y no me refiero aquí a discursos nacionalistas, chovinistas, autocelebratorios de "somos los más chingones" porque esos son los que requerimos cambiar y van en una bolsita aparte que tenemos como defensa para plantarnos ante el mundo. O aquellos asumidos de las tradiciones o la comida porque, además, en todas las naciones existen.
Vuelvo al no saber decir que no. A mí me asombra detectar los mecanismos llenos de imaginación y empatía que detona aún en su desconcertante ambigüedad. O, por otro lado, como dice un amigo historiador: "Claro que los mexicanos sabemos decir que no, pero nos han callado a madrazos". O esa amabilidad en franca decadencia en las grandes ciudades que, no sin hipocresía, exige mucha templanza y quizá ha evitado que un país tan intrincado no se haya desmembrado.
Y es que la mezquindad, la avaricia, la violencia, el egoísmo u otras actitudes que a veces se creen propias de las naciones latinoamericanas son en realidad compartidas por la humanidad. Pero las formas de contenerlas o canalizarlas, eso es lo que nos distingue y aún en esto nadie puede jactarse de una absoluta originalidad porque el sentido de fiesta es inherente a todos los pueblos.
Para terminar sólo diré. Los mexicanos, los latinos, somos como nos hemos construido por generaciones. Asumámoslo, revalorémoslo y luego entonces cambiemos aquello que realmente sea un falso contacto o una particularidad despreciable. Desterrémoslo de nuestro actuar cotidiano. Pero de resto seamos orgullosos de nosotros mismos y será entonces que, posiblemente, nos convertiremos en la mejor versión de nosotros mismos.
Constantemente escucho en México. "Es que los mexicanos no sabemos decir que no". "Es que los mexicanos nunca llegamos temprano". "Es que los mexicanos somos dejados". "Es que los mexicanos somos muy serviciales". "Es que los mexicanos somos bien malinchistas". Es que, es que, es que. Solemos asumirnos desde la queja, el lamento y la autorrecriminación. Esto último es un "es que" también.
No quiero decir que cada pueblo no tenga sus traumas y orgullos. Sus peculiaridades asumidas. Ya vemos los ingleses que se jactan de su puntualidad o los alemanes de su sentido de organización. Todos los identificamos. Pero justo la tónica es desde el reconocimiento, no desde el autoescarnio. Y si adquiere un tono irónico tampoco pasa nada porque lo tienen asumido y valorado.
Ocurrió hace meses en un foro que un chico se levantó y compartió frente a decenas de personas los reclamos que su novia argentina le hace de que "los mexicanos no sabemos decir que no". Por coincidencia en esos días había leído en un blog el texto de una mujer europea que hablaba con gran cariño de las peculiaridades que hacen de los hombres mexicanos "encantadores" y citaba esa cortesía y pudor de siempre evitar a toda costa negarle algo a los demás.
Dos visiones sobre una actitud que se considera distintiva de una sociedad. Y fue entonces que consideré que los primeros que deberíamos identificar y revalorar ese y todos los rasgos de nuestra identidad somos los propios mexicanos. Los latinos, en general, porque el "es que" le he escuchado a personas de distintos países de América Latina.
Desde entonces evito frases formuladas desde "es que los mexicanos" porque creo que el primer paso para cambiar todo aquello que sea un lastre es a partir de la revaloración, del afecto. Lo que uno desprecia no lo considera de ninguna manera. Lo ignora. Pero aquello que amamos nos motiva a transformarlo. A mejorarlo. Sí, lo sé, esto es un lugar común.
Pero he pensado que la razón de que seguimos anquilosados es porque no valoramos nuestra identidad con sus claroscuros. Sin distinción todo lo metemos al saco de lo execrable. Y no me refiero aquí a discursos nacionalistas, chovinistas, autocelebratorios de "somos los más chingones" porque esos son los que requerimos cambiar y van en una bolsita aparte que tenemos como defensa para plantarnos ante el mundo. O aquellos asumidos de las tradiciones o la comida porque, además, en todas las naciones existen.
Vuelvo al no saber decir que no. A mí me asombra detectar los mecanismos llenos de imaginación y empatía que detona aún en su desconcertante ambigüedad. O, por otro lado, como dice un amigo historiador: "Claro que los mexicanos sabemos decir que no, pero nos han callado a madrazos". O esa amabilidad en franca decadencia en las grandes ciudades que, no sin hipocresía, exige mucha templanza y quizá ha evitado que un país tan intrincado no se haya desmembrado.
Y es que la mezquindad, la avaricia, la violencia, el egoísmo u otras actitudes que a veces se creen propias de las naciones latinoamericanas son en realidad compartidas por la humanidad. Pero las formas de contenerlas o canalizarlas, eso es lo que nos distingue y aún en esto nadie puede jactarse de una absoluta originalidad porque el sentido de fiesta es inherente a todos los pueblos.
Para terminar sólo diré. Los mexicanos, los latinos, somos como nos hemos construido por generaciones. Asumámoslo, revalorémoslo y luego entonces cambiemos aquello que realmente sea un falso contacto o una particularidad despreciable. Desterrémoslo de nuestro actuar cotidiano. Pero de resto seamos orgullosos de nosotros mismos y será entonces que, posiblemente, nos convertiremos en la mejor versión de nosotros mismos.