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¿Quiere bajar los gastos militares? Ponga fin a la discriminación en las Fuerzas Armadas

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Félix Conde-Falcón murió en una jungla de Vietnam hace 45 años, abatido a tiros, después de haber conquistado tres refugios subterráneos del enemigo. Después, él solo, atacó y tomó un cuarto búnker con su fusil ametralladora.

Pedro Cano sobrevivió, pero llegó de los campos de batalla nevados de la Segunda Guerra Mundial disabilitado de manera permanente, con cicatrices en su cuerpo y en su mente.

Su unidad había sido rodeada y él, esquivando el fuego de ametralladoras, cruzando él solo un campo de minas, y matando a casi 30 enemigos en el lapso de dos días, la salvó.

Ahora, después de todos estos años, reciben la Medalla de Honor. Están entre los 24 veteranos, en su mayoría hispanos y judíos, a quienes hasta ahora se había negado el más alto honor de la nación por comportamiento en combate, a causa de prejuicios y discriminación.

Si ésto solo fuese cosa del pasado.

No lo es. El mismo tipo de discriminación continúa en nuestros días.

Te debería importar. No interesa quién seas. Porque independientemente de lo que piensas filosóficamente, esa discriminación te perjudica económicamente. Le cuesta a todos los contribuyentes - a tí, a tí y a tí - millones de dólares. Año tras año.

Todos sabemos que la demografía de nuestras fuerzas armadas cambia constantemente. Lo mismo que nuestra nación. La proporción de minorías en uno como en otro crece, de manera inevitable, de manera dramática.

Y sin embargo, las minorías siguen sufriendo el mismo mal en el ámbito militar que en la vida civil: para ellos, no es suficiente dar todo lo que tiene, ni es suficiente que en sus labores sean mejores que otros.

Aquellos en el poder todavía no aprecian sus logros de la misma manera que reconocen los de los blancos no hispanos.

Quizás se trate de una ceguera no intencional. Quizás sea desprecio deliberado. No importa: el resultado sigue siendo el mismo.

Los prejuicios, la discriminación son más evidentes entre las filas de los oficiales. No importa de qué parte de las Fuerzas Armadas se trate. No importa si visten en el blanco de la Armada, el azul de la Fuerza Aérea, el verde oliva del Ejército de Tierra. Esta es la realidad: la mayoría, la enorme mayoría de los oficiales son tan blancos como un lirio.

Según la oficina del Censo, el 63 por ciento de las personas en Estados Unidos son blancos no hispanos. Pero en las Fuerzas Armadas, éstos constituyen el 77.8 por ciento de los oficiales.

¿Y los hispanos? En la población, llegaron a ser 16.9 por ciento del total. Mas entre los oficiales en servicio activo, únicamente el 6 por ciento.

El departamento de Defensa reconoce que tiene dificultades para lograr que los soldados hispanos se queden en sus filas. Como todo negocio sabe, eso es costoso: perder un empleado bien entrenado significa tener que comenzar a preparar, de cero, uno nuevo.

En muchas compañías, los empleados pueden seguir trabajando a medida que estudian, y las empresas reciben cierto grado de beneficio. Pero entre los militares, los nuevos reclutas no hacen nada hasta que finalizan el entrenamiento básico. Luego viene el entrenamiento avanzado, semanas o meses de educación. Y solamente finalizando su educación se convierten en operadores de radio, en paracaidistas, en técnicos de computadora.

Durante casi todo ese tiempo son solamente estudiantes. No hacen otro trabajo. De modo que si una vez que finaliza su servicio militar regular abandonan las Fuerzas Armadas, hay que empezar de vuelta, con alguien nuevo. Y así sucesivamente, una y otra vez. ¿Quién paga por ello?

Nosotros, los contribuyentes.

Pero, ¿por qué son tantos los hispanos que se van de las Fuerzas Armadas después de un solo período de servicio?

En parte, quizás porque no ven allí su futuro. Porque miran hacia arriba en la línea de mando, y no ven a alguien que se les parezca. Y saben que eso no es nuevo.

Conceder la Medalla de Honor al grupo de 24, en su mayoría hispanos y judíos, es el paso final en una revisión que se inició en 1993. En ese entonces, el Ejército ordenó un estudio para determinar por qué ni un solo afroamericano, del más de un millón que lucharon en la Segunda Guerra Mundial, había recibido la Medalla de Honor. Ni uno.

Llegaron a la conclusión de que había siete de ellos, cuyos casos fueron pasados de alto, o directamente ignorados, simplemente porque eran negros. Ese descubrimiento llevó a una revisión de los soldados asiático americanos, en iguales circunstancias.

Ahora, doce años después de que el mismo Congreso ordenara la revisión como parte de la Ley de Presupuesto de Defensa de 2002, estudiaron los casos de latinos y judíos.

No debería sorprender que llevó tanto tiempo. Después de todo, las 22 familias que vivían en la Calle Segunda en Silvis, Illinois, enviaron más soldados a la Segunda Guerra Mundial y la Guerra de Corea que ningún otro tramo de similar tamaño.

Pero llevó casi una década para que la ciudad rebautizara la calle con el nombre apropiado de Calle de Los Héroes, y cuatro años más para que la calle sea pavimentada. Sucedió en 1972.

Una situación similar debieron confrontar aquellos que durante cerca de dos años han tratado de que se confiriera una Medalla de Oro del Congreso al Regimiento de Infantería 65, compuesto mayoritariamente por puertorriqueños. Durante la Guerra de Corea, estos "Borinqueneers" - como se llamó a los integrantes de la unidad - fueron condecorados con 10 Cruces del Servicio Distinguido, con cerca de 250 Estrellas de Plata, más de 600 Estrellas de Bronce, y más de 2,700 medallas de Corazón Púrpura. Pero ni una medalla de honor.

Hasta ahora. Finalmente, el sargento Juan E. Negrón, un miembro del batallón que mantuvo su posición en una colina de Corea y rechazó todos los ataques enemigos a través de la noche, a solas, está en el grupo de los 24 que recibirán esta condecoración el mes próximo.

Por fin.

Quizás ahora, después de la ceremonia, el departamento de Defensa pueda impulsar la igualdad real en las fuerzas armadas, para que las tropas hispanas tengan la oportunidad de tener el mismo éxito que todos los demas. Quizás entonces sean considerados por lo que hagan, en lugar de ser pasados de alto a causa de quienes son.

Carlos Harrison es un premiado escritor y periodista, autor del libro The Ghosts of Hero Street.

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