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Tiroteos en las escuelas: niños que matan niños

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Un niño de 12 años fue acusado este jueves de tres cargos de ataque grave con un arma mortal, luego de haber atacado a sus compañeros en su escuela de Roswell, Nuevo México, y herido a dos de ellos de gravedad (no publicamos su nombre aunque otros medios sí lo han hecho, ya que está siendo juzgado como un niño). Los heridos tienen 13 y 11 años de edad.

Dos días después del ataque, que duró 10 o 15 segundos, los alumnos volvieron a sus clases. Pero no es lo mismo.

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"Estamos horriblemente tristes por esta tragedia, en tantos niveles", dijo la familia en una declaración firmada por padres y abuelos. "Rezamos para que Dios esté con todos los que fueron afectados".


En Octubre, recuerda el Chicago Tribune, un niño - también de 12 años - en Sparks, Nevada, abrió fuecho en la escuela. Mató a un maestro, hirió a dos compañeros y se quitó la vida de un tiro. Y CNN agrega a la lista del horror: un niño de noveno grado mató a otro de 14 de un tiro a la cabeza en Madison, Alabama, en 2010. En 2000 un niñito de seis años mató a otro de la misma edad en Mount Morris Township, Michigan. Un año antes, otro de 12 mató a un alumno de 13 en Deming, Nuevo México.

¿Por qué?

En países en guerra la población civil participa a menudo en ejercicios de supervivencia. En fábricas, hospitales, edificios de oficinas, se preparan para la eventualidad de un bombardeo; de un atentado terrorista, de un desastre inminente. Las escuelas son especialmente vulnerables, con sus centenares de niños indefensos.

Lo mismo está sucediendo en Estados Unidos, que no está en guerra y que es el país más poderoso y próspero de la historia.

En más y más escuelas se llevan a cabo maniobras y entrenamientos como si fuesen tiempos de guerra. Aprenden a encerrarse y esconderse y cerrar las puertas tras ellos con cerrojo. Aprenden a apagar sus celulares, porque si suenan podrían atraer el fuego asesino. Aprenden a hacerse chiquitos detrás de los escritorios y libreros. Los maestros apagan las luces, cierran las puertas. Se alejan de las ventanas, las ventanas son peligrosas. Llaman a la policía. Luego llegan los policías y tratan a todos los niños y adultos como potenciales sospechosos, guiándolos con las manos arriba, registrándolos.

¿Por qué?

Por ser éste el país donde civiles cometen masacres sin sentido, armados hasta los dientes y casi siempre de manera legal.

La semana pasada, dice el New York Times, alguien gastó una broma en la escuela secundaria Hebron en Dallas, Texas diciendo que había una bomba. Aunque estaban seguros de que era un engaño, los administradores llamaron a la policía y bloquearon las entradas a la escuela. A dos mil millas de distancia, otra escuela bloqueó sus puertas cuando un niño trajo a clase una pistola de juguete.

En escuelas del área de Los Angeles son escenas que se repiten a menudo. La escuela está rodeada de una reja protectiva de dos metros y medio de alto. Para entrar hay que pasar por un detector de metales. El niño que traiga un cuchillo a clase será expulsado sin miramientos.

Pero en la escuela Intermedia Berrendo de Roswell, Nuevo México (sí, en el epicentro mundial de los rumores sobre extraterrestres), no era una broma ni un engaño. Un niño de 12 años de edad llegó bien temprano al gimnasio escolar con una escopeta de cañones recortados, para que así quepa en su mochila. Un compañerito vio que desenfundaba el arma y quiso alertar a la gente alrededor, pero calló cuando el atacante le dijo que se callara para salvar su vida.

El niño disparó tres balas. Una al cieloraso, otra al piso, la tercera contra el grupo de estudiantes que se habían congregado allí. Hirió a dos, uno de ellos de extrema gravedad.

Un maestro John Masterson, un héroe, lo confrontó y convenció que dejase de disparar. Lo abrazó y lo mantuvo abrazado hasta que llegaron los policías.

Los administradores de la escuela y sus docentes estaban preparados. Ya se habían entrenado. Bloquearon la escuela, hasta que llegaron las fuerzas del orden y detrás, los padres, enloquecidos de terror.

Temían que era otra matanza como la de la secundaria Columbine de Colorado, con 13 muertos, como la de la primaria Sandy Hook en Netown, Connecticut, con 26.

¿Y la escopeta? Era una de varias armas de fuego que sus padres mantenían en casa, legalmente.

Los niños se quedan en clases por horas. En las paredes de los pasillos hay cámaras de video que lo graban todo, 24 horas al día, por si se necesitase para informacíón, para reconstruir una desgracia. Las puertas principales se cierran automáticamente y so reforzadas para protegerse de balas.

Algunos entrenamientos, dice el Times, implican poner la clase a oscuras y quedarse sentado en la propia silla sin moverse, sin hablar. Otros implican que los entrenadores simulan ser un atacante y verifican si las puertas están cerradas.

Escuela tras escuela, los entrenamientos se hacen realidad. Y son eficientes.

En diciembre, un estudiante de 18 años entró armado a su escuela secundaria, la Arapahoe High School de Colorado y asesinó a un compañero de un tiro a la cabeza. Alumnos y maestros ya estaban preparando y sabían qué hacer; esperaron encerrados en sus clases y luego se congregaron afuera con la protección policial.

En una escuela primaria de Carolina del Norte un niño de quinto grado alertó a sus maestros: hay un desconocido en los corredores. Se bloqueó la escuela. Se pusieron en marcha los dispositivos de defensa. Se llamó a todos los padres y a la policía.

El desconocido era padre de uno de los alumnos que venía a una reunión No había real motivo para la alarma.

Pero lo más preocupantes, dicen los expertos sobre la vorágine de niños que matan a otros niños, es que a esa edad todavía no comprenden la muerte. Especialmente cuando se pasan muchas horas día tras día jugando juegos de video en donde los personajes muertos se levantan y andan.

Wendy Walsh, psicóloga experta consultada por CNN, dice que "muchos niños a esta edad no comprenden que la muerte es permanente", y agrega: "olvidamos que los niños no piensan como adultos".




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